MONTAÑA DE LIBROS DE MONTAÑA DE TODAS LAS MONTAÑAS PARA GENTE DE MONTAÑA
Una colección homenaje a aquellos argentinos que se atrevieron a desafiar las cumbres más altas del mundo. Los 8 miles, como se les denomina a las 14 montañas que superan los 8000 metros sobre el nivel del mar, en 14 relatos escritos por los mismos protagonistas en los límites de todo lo imaginable.
Resumen
La primera vez que tuve la oportunidad de estar en la cordillera del Himalaya fue hace muchos años, en el otoño de 1995. En aquella ocasión me contenté con subir tres picos modestos, uno de seis mil y dos de cinco mil metros de altitud, que comparados con esos colosos, los más altos del mundo, casi no son nada.
Pero ese modesto viaje me sirvió para comprender que en las grandes montañas del Himalaya estaban los retos más importantes de mi vida deportiva como montañista. Mi gran sueño, que lo había abrigado desde niño, era alcanzar un día la cima del Everest, la montaña más alta del mundo con 8 848 m de altitud. De cara a ese sueño entrené dedicadamente durante tres años logrando en ese curso las cimas de dos montañas de más de ocho mil metros, el Manaslú (8 163 m) y el Broad Peak (8 047 m). Como epílogo de ese primer recorrido el jueves 27 de mayo de 1999 tuve la posibilidad, gracias a Dios, de alcanzar la cima de la montaña más alta del mundo sin el auxilio de oxígeno suplementario.
El logro del Everest me animo a plantearme mi siguiente gran reto, las cimas de las catorce montañas más altas del mundo. Después de doce años de empeño el 1 de mayo del año pasado al llegar a la cumbre del Dhaulagiri a 8 167 m logré uno de los sueños más importante de mi vida personal y deportiva: las catorce montañas más altas del mundo, sin la ayuda de oxígeno artificial. Fue precisamente en esta última montaña donde tuve la grata oportunidad de conocer a Christian Vitry, Darío Bracali, Guillermo Glass y Sebastián Cura, y compartir con ellos la ascensión a la cima del Dhaulagiri.
He compartido con ustedes la que ha sido mi actividad en estos últimos doce años en la Cordillera del Himalaya para poner en contexto que la impresionante belleza de esas montañas y todas sus sensaciones las llevo ahora como parte de mi piel, como parte de mi vida.
Acabo de llegar hace unos días de escalar en los Alpes de Francia y de Suiza, este último viaje me ha servido para comparar y reafirmar que la dureza con la que hay que enfrentarse en las montañas más altas del mundo pasa fundamentalmente por las insuficiencia de oxigeno a esas alturas. Las cimas recién logradas en el Mont Blanc las he disfrutado intensa y concientemente porque al llegar hasta allí el oxígeno abundaba, casi podría decir que había de sobra. Es precisamente esa ausencia la que dificulta aún más, el de por si, complicado oficio de escalar montañas.
Subir montañas es un ejercicio bellísimo porque el escenario en el que tiene lugar es único, soberbio y magnífico. Porque el esfuerzo que hay que hacer para ir cumpliendo las etapas previas antes de llegar a la cima es una lucha personal, interna y privada. Allí no hay otro contrincante que uno mismo con los propios miedos y las propias dudas. No hay un árbitro para indicar cuándo termina el juego. Ese tiempo y ese esfuerzo dependen solamente de uno y aquí radica la parte más delicada de este juego de subir montañas y buscar la cima.
Pero este juego que en la mayoría de veces arranca con una ilusión, como un proyecto, tiene como parte de su esencia el riesgo, que en su máxima expresión es simple y llanamente el pasaje a la eternidad.
Las montañas son belleza y dureza, pasión y miedo, grises y arco iris, alegría y desencanto, sol y tormenta, éxtasis y agotamiento. No hay sensaciones impares que puedan existir por si solas, todo es por pares, como en la vida: encuentros y desencuentros, amor y desamor, generosidades y egoísmos, idas y venidas, holas y adioses.
Sobre estas dualidades Christian se refiere en su historia que arranca con la ilusión inmensa de escalar en el Himalaya una montaña de más de ocho mil metros con sus colegas, con sus cómplices de sueños. Es posible que en el transcurso de la historia se pregunten, como lo hice yo en mi momento, cuánto pesó el destino y su juego de azar en el resultado final de los hechos. Porque la montaña que inicialmente iban a escalar era el Shisha Pangma y el gobierno chino al cerrar a última hora, con el irrespeto y la prepotencia que les caracteriza, les obligó sobre la marcha a elegir un nuevo objetivo y allí se cruzó el Dhaulagiri. Y a la hora de la verdad hay diferencia entre plantearse el Shisha Pangma y el Dhaulagiri. Es en estos casos cuando adquieren más fuerza las palabras de Montaigne: el destino baraja los naipes y uno es quien las juega.
Dhaulagiri es la historia de ese sueño compartido que tiene como protagonistas a cuatro compadres de montaña que les une la ilusión, la voluntad, la sonrisa y el anhelo de alcanzar la cima de una de las montañas más altas del mundo. Dhaulagiri es la certificación de que el camino de las montañas tiene dos sabores, el dulce y el amargo; que allí se mezclan la felicidad y el júbilo con el dolor y el desaliento. Llegar a la cima de una montaña es, normalmente, un momento excelso, maravilloso, inolvidable. Es la justificación del esfuerzo, la validación de todas las limitaciones que hubo que vivir para mantener la disciplina y entrenar todo el tiempo que fuera necesario.
Pero la montaña también es angustia cuando la tormenta con la irreverencia que le es intrínseca azota los cuerpos, debilita las fuerzas y lo que es peor azota el espíritu hasta menguarlo y ahogarlo en el miedo. Las montañas más altas del mundo, por encima de siete mil quinientos son despiadadas, porque no hay oxígeno y sin oxígeno nos volvemos torpes, inútiles, pusilánimes y sin voluntad.
De estas dos montañas nos cuenta Christian en esta historia, nos comparte la inmensa felicidad de su cima de más de ocho mil metros pero que se va empañando poco a poco con la angustia de la espera de su hermano Darío que fue también tras su propio sueño.
Al final Darío nunca regresó, se quedó arriba para siempre, siendo parte de la Montaña Blanca.
En el momento más álgido de la angustia Christian acudió para preguntarme, por teléfono, qué debía hacer. Contando que tres queridos amigos se han quedado para siempre en las montañas del Himalaya, hice de tripas corazón, para increparle y ordenarle: Tienes que bajar ahora. Darío ya no está más. El ya se murió, no vale que se mueran dos.
Así es el Himalaya de duro y de crudo cuando la zarpa de la muerte hace presencia, pero es también un bello escenario para la nobleza, la fraternidad y el cariño que es lo que se prodigaron en la Montaña Blanca esos cuatro hermanos de montaña.
Queda en vuestras manos la historia del Dhaulagiri de Christian Vitry contada desde la ilusión y el amor por las montañas y la vida.
Que lo disfruten
Iván Vallejo Ricaurte
Quito (Ecuador), 2 de Octubre de 2009
(Iván Vallejo Ricaurte, montañista ecuatoriano y primer
latinoamericano en subir las 14 montañas más altas
del planeta sin la utilización de oxigeno artificial)
Datos del Autor
Una colección homenaje a aquellos argentinos que se atrevieron a desafiar las cumbres más altas del mundo. Los 8 miles, como se les denomina a las 14 montañas que superan los 8000 metros sobre el nivel del mar, en 14 relatos escritos por los mismos protagonistas en los límites de todo lo imaginable.
Resumen
La primera vez que tuve la oportunidad de estar en la cordillera del Himalaya fue hace muchos años, en el otoño de 1995. En aquella ocasión me contenté con subir tres picos modestos, uno de seis mil y dos de cinco mil metros de altitud, que comparados con esos colosos, los más altos del mundo, casi no son nada.
Pero ese modesto viaje me sirvió para comprender que en las grandes montañas del Himalaya estaban los retos más importantes de mi vida deportiva como montañista. Mi gran sueño, que lo había abrigado desde niño, era alcanzar un día la cima del Everest, la montaña más alta del mundo con 8 848 m de altitud. De cara a ese sueño entrené dedicadamente durante tres años logrando en ese curso las cimas de dos montañas de más de ocho mil metros, el Manaslú (8 163 m) y el Broad Peak (8 047 m). Como epílogo de ese primer recorrido el jueves 27 de mayo de 1999 tuve la posibilidad, gracias a Dios, de alcanzar la cima de la montaña más alta del mundo sin el auxilio de oxígeno suplementario.
El logro del Everest me animo a plantearme mi siguiente gran reto, las cimas de las catorce montañas más altas del mundo. Después de doce años de empeño el 1 de mayo del año pasado al llegar a la cumbre del Dhaulagiri a 8 167 m logré uno de los sueños más importante de mi vida personal y deportiva: las catorce montañas más altas del mundo, sin la ayuda de oxígeno artificial. Fue precisamente en esta última montaña donde tuve la grata oportunidad de conocer a Christian Vitry, Darío Bracali, Guillermo Glass y Sebastián Cura, y compartir con ellos la ascensión a la cima del Dhaulagiri.
He compartido con ustedes la que ha sido mi actividad en estos últimos doce años en la Cordillera del Himalaya para poner en contexto que la impresionante belleza de esas montañas y todas sus sensaciones las llevo ahora como parte de mi piel, como parte de mi vida.
Acabo de llegar hace unos días de escalar en los Alpes de Francia y de Suiza, este último viaje me ha servido para comparar y reafirmar que la dureza con la que hay que enfrentarse en las montañas más altas del mundo pasa fundamentalmente por las insuficiencia de oxigeno a esas alturas. Las cimas recién logradas en el Mont Blanc las he disfrutado intensa y concientemente porque al llegar hasta allí el oxígeno abundaba, casi podría decir que había de sobra. Es precisamente esa ausencia la que dificulta aún más, el de por si, complicado oficio de escalar montañas.
Subir montañas es un ejercicio bellísimo porque el escenario en el que tiene lugar es único, soberbio y magnífico. Porque el esfuerzo que hay que hacer para ir cumpliendo las etapas previas antes de llegar a la cima es una lucha personal, interna y privada. Allí no hay otro contrincante que uno mismo con los propios miedos y las propias dudas. No hay un árbitro para indicar cuándo termina el juego. Ese tiempo y ese esfuerzo dependen solamente de uno y aquí radica la parte más delicada de este juego de subir montañas y buscar la cima.
Pero este juego que en la mayoría de veces arranca con una ilusión, como un proyecto, tiene como parte de su esencia el riesgo, que en su máxima expresión es simple y llanamente el pasaje a la eternidad.
Las montañas son belleza y dureza, pasión y miedo, grises y arco iris, alegría y desencanto, sol y tormenta, éxtasis y agotamiento. No hay sensaciones impares que puedan existir por si solas, todo es por pares, como en la vida: encuentros y desencuentros, amor y desamor, generosidades y egoísmos, idas y venidas, holas y adioses.
Sobre estas dualidades Christian se refiere en su historia que arranca con la ilusión inmensa de escalar en el Himalaya una montaña de más de ocho mil metros con sus colegas, con sus cómplices de sueños. Es posible que en el transcurso de la historia se pregunten, como lo hice yo en mi momento, cuánto pesó el destino y su juego de azar en el resultado final de los hechos. Porque la montaña que inicialmente iban a escalar era el Shisha Pangma y el gobierno chino al cerrar a última hora, con el irrespeto y la prepotencia que les caracteriza, les obligó sobre la marcha a elegir un nuevo objetivo y allí se cruzó el Dhaulagiri. Y a la hora de la verdad hay diferencia entre plantearse el Shisha Pangma y el Dhaulagiri. Es en estos casos cuando adquieren más fuerza las palabras de Montaigne: el destino baraja los naipes y uno es quien las juega.
Dhaulagiri es la historia de ese sueño compartido que tiene como protagonistas a cuatro compadres de montaña que les une la ilusión, la voluntad, la sonrisa y el anhelo de alcanzar la cima de una de las montañas más altas del mundo. Dhaulagiri es la certificación de que el camino de las montañas tiene dos sabores, el dulce y el amargo; que allí se mezclan la felicidad y el júbilo con el dolor y el desaliento. Llegar a la cima de una montaña es, normalmente, un momento excelso, maravilloso, inolvidable. Es la justificación del esfuerzo, la validación de todas las limitaciones que hubo que vivir para mantener la disciplina y entrenar todo el tiempo que fuera necesario.
Pero la montaña también es angustia cuando la tormenta con la irreverencia que le es intrínseca azota los cuerpos, debilita las fuerzas y lo que es peor azota el espíritu hasta menguarlo y ahogarlo en el miedo. Las montañas más altas del mundo, por encima de siete mil quinientos son despiadadas, porque no hay oxígeno y sin oxígeno nos volvemos torpes, inútiles, pusilánimes y sin voluntad.
De estas dos montañas nos cuenta Christian en esta historia, nos comparte la inmensa felicidad de su cima de más de ocho mil metros pero que se va empañando poco a poco con la angustia de la espera de su hermano Darío que fue también tras su propio sueño.
Al final Darío nunca regresó, se quedó arriba para siempre, siendo parte de la Montaña Blanca.
En el momento más álgido de la angustia Christian acudió para preguntarme, por teléfono, qué debía hacer. Contando que tres queridos amigos se han quedado para siempre en las montañas del Himalaya, hice de tripas corazón, para increparle y ordenarle: Tienes que bajar ahora. Darío ya no está más. El ya se murió, no vale que se mueran dos.
Así es el Himalaya de duro y de crudo cuando la zarpa de la muerte hace presencia, pero es también un bello escenario para la nobleza, la fraternidad y el cariño que es lo que se prodigaron en la Montaña Blanca esos cuatro hermanos de montaña.
Queda en vuestras manos la historia del Dhaulagiri de Christian Vitry contada desde la ilusión y el amor por las montañas y la vida.
Que lo disfruten
Iván Vallejo Ricaurte
Quito (Ecuador), 2 de Octubre de 2009
(Iván Vallejo Ricaurte, montañista ecuatoriano y primer
latinoamericano en subir las 14 montañas más altas
del planeta sin la utilización de oxigeno artificial)
Datos del Autor